En este escrito, me voy profundo al misterio de la relación entre una madre y su hijo.
“Qué bien me dijo mi Madre”
En la noche del 22 de noviembre, cerca de los bosques y montañas de Malinalco, una tribu de 14 hombres recordó su pacto junto al fuego que nos reúne a contar historias míticas, heroicas y mitológicas.
En la oscuridad de la noche, bajo un cielo que dibujaba un camino de estrellas y mientras los lobos aullaban a la luna, un frío abrumador se apoderó del espacio y la incomodidad se sintió hasta los huesos.
La aventura del Camino de la Mente al Corazón tomaba forma como siempre inesperada a medida que “el tiempo” pasaba.
Bajo la guía del Gran Curandero Guacamayo, Don Pepe Ramos, nuestro hermano, el Gran Ruizseñor (Daniel Ruiz), marinero de la fuerza, con su alma transparente y su voz celestial, nos recordó con su melodioso canto que a la vida venimos a sentir.
En su canto encontré el camino a lo esencial, a lo que sentí por primera vez. El amor más puro e incondicional que existe: el amor de una madre.
En ese momento, recordé que las relaciones más complejas y transformadoras son las relaciones con nuestros padres. En mi caso, con mi madre vivo en un laberinto desde hace 5 años.
No obstante la profundidad y calidad que he construido en muchas de mis relaciones, mi relación con mi madre no florece como su corazón y el mío anhelan.
Como hijos, exigimos a nuestros padres honrar el título de “madre” o “padre”. Solo los admiramos y honramos cuando cumplen con nuestra expectativa.
En mi mente la conversación decía: “Tú debes comprenderme a mí, tú debes adaptarte a mí, tú debes aceptarme a mí, tú debes, tú debes, tú debes… porque tú me quisiste tener a mí”.
Tenemos una larga e inflexible lista de pensamientos, creencias y valores que adjudicamos a nuestros padres, creando expectativas irreales que solo representan las ilusiones de nuestro vacío y de lo que no hemos podido hacer por nosotros mismos.
Les delegamos las respuestas de lo que no hemos tenido la valentía y compromiso de ir a buscar en el único lugar donde las vamos a encontrar: nuestro interior.
Y nos olvidamos de que antes de ser mamá, ser papá o ser pareja, son un ser humano.
Un ser humano que también tiene dolor, también tiene miedo, también tiene duda, pero que también ama, también escucha y también se atreve.
¿Cómo sería si nuestros ojos vieran al ser humano detrás de la madre o el padre? ¿Cómo sería conectar entre seres humanos con las relaciones base de nuestra historia?
En el eco de esas preguntas y la oscuridad de ese camino, escuché la voz de mi Gran Hermano Colibrí, Arturo Lomelí, reforzando el canto del Ruizseñor con el mensaje que sembró para todos por la mañana: “A la vida venimos a sentir”.
Observé a esta ejemplar camaradería, a todos los convocados por el mensaje del espíritu caminando al corazón y haciendo su trabajo, y me inspiré y comprometí a sentir.
A sentir la separación con mi madre. A sentir la barrera. A sentir el espacio. A sentir el vacío. A sentir el rencor. A sentir, sin filtro alguno, el amor a mi mamá.
Entendí que mi trabajo era sanar. Una palabra que me caga escribir y decir, y que, al mismo tiempo me dio lo que hoy soy. Estaba en ese momento, aquí y ahora, para aventarme al abismo que fuera necesario para integrar mi relación con mi madre.
Pensaba en Gabriela y en los nudos de significación de nuestra relación. Desesperado, me jalaba el pelo, apretaba los puños y la mandíbula expresando la frustración de años de estar en el mismo lugar después de tantas conversaciones, libros, trabajos y experiencias, y me preguntaba: “¿Dónde chingados está el problema? ¿Dónde la cagó y qué me hizo, que no podemos conectar?”
Se abrió mi memoria antigua, vi y reviví varios momentos, y procesé su significado desde otro lugar. Aun así, no entendía lo que veía; el momento que quería encontrar no aparecía en ningún rincón del abismo.
Seguí buscando en la oscuridad hasta tener alguien a quien culpar, porque lo más cómodo siempre será culpar al otro.
En ese momento, me conecté con mi hermano menor, sentí su inmenso dolor, y también su valentía y coraje por decidir reconstruirse como un “colibrí mensajero del amor” que se desacostumbra de la mierda para acostumbrarse a la luz y al néctar de la vida.
Verlo enfrentarse a sí mismo para perdonarse y limpiarse. Verlo como un búfalo ante la tormenta, verlo caminar hacia sí mismo para evolucionar al colibrí que solo habla de amor, me inspiró a ponerme frente a mi espejo.
Después, observé a mi padre y, en una profunda inhalación, reviví las etapas de nuestra relación.
Desde los viajes en la infancia y su expresión de amor a través de experiencias alrededor del mundo, hasta los momentos en que dejamos de hablar cuando lo enjuicié hace 16 años y fui creando un camino en el que invalidé todo lo que compartía y me sentí superior, negando lo que los demás creían que me hacía similar a él, buscando ser diferente y sobresalir en todo lo que pudiera ser mejor que él.
Y también, vi la evolución de nuestra relación con las lágrimas que he llorado, con la frustración y la incomodidad que he sentido, con la valentía para pedir perdón y decirle: “Quiero un papá, no quiero un jefe” y aceptar que él me enseñó a querer más y querer mejor.
Los veía y pensé: “¿Qué chingados estamos haciendo nosotros tres aquí?”. Dejé que la respuesta surgiera por sí sola, porque era lo más coherente con el momento.
Y entendí: “Mi papá es otro gladiador, está aquí por y para mí. Está subiendo la vara una vez más, acompañándome a donde sea necesario para acercarse a mí. Está haciendo su parte y, al hacerlo, me reconoce y da esta prueba de inmensa confianza en lo que soy”.
Estamos aquí para seguir creciendo y evolucionando. Pasamos de padre a jefe, de jefe a padre, y ahora estamos aquí descubriendo cómo pasar de padre e hijo a hermanos de camino.
Como le dijo Búho al iniciarlo: “Aquí tenemos la figura bien cantada por su hijo Miguel, en esta ceremonia deslumbrante y enaltecedora para todos nosotros, del gran padre, el sabio, el protector, el que no tuvo miedo de vulnerarse y acercarse con sus hijos a la inauguración de Miguel, el mismo, por fin. Ya no tu hijo, solo tu hermano. Como tampoco tienes más hijos ni nietos, ni apellidos, ni nada. Somos todos hermanos de diversas edades que estamos viviendo diferentes etapas, pero lo que sí tienes dentro es tu estirpe del gran padre y, por eso, damos la bienvenida a la Gran Sabia Tortuga de los Galápagos…”.
Inspirado en la evolución de mi relación con mi padre, juntos caminando al corazón, visitando con la ejemplar camaradería el amor de nuestras abuelas, madres, parejas e hijas, decidí estar listo para ver a mi madre.
Y en ese momento, el canto melodioso del Ruizseñor me llevó a encontrarme con ella:
“Qué bien me dijo mi madre:
Hijo querido, no llores.
Mañana, cuando me vaya,
lágrimas han de faltarte…
…
Ay querer, querer.
ay amor, amor.
Aunque el tiempo nos separe,
el amor vuelve a juntarnos”.
Respiré profundamente y regresé a los caminos mostrados previamente. Al final de cada uno, donde esperé encontrarme con una huella creada por mi madre, me encontré conmigo mismo señalándola una y otra, y otra, y otra vez.
Aquí está mi trabajo, a esto vine: “Yo Soy, Aquí Estoy” (ARS).
Apareció uno de mis hermano-maestros de camino, Alfonso Ruiz Soto. Sentí su presencia, su fuerza, su energía y su misticismo. En ese momento, puse en práctica lo que me ha enseñado para transformar esta experiencia en un significado portentoso que cambia mi vida: la reconciliación con mi madre.
Sostenido y envuelto en el amor incondicional y perdón radical de mi madre; me di cuenta de que el problema era el mismo que con mi padre. El problema no era ella, el problema fui yo.
El nudo de significación y los pensamientos, creencias y valores que crearon mi actitud hacia mi madre se disolvieron en un instante, porque la presencia de mi padre en este espacio era la prueba de que, cuando tú cambias, tu mundo cambia.
Se acabó la distancia del amor más puro que existe. Se acabó la construcción de barreras irreales e ilusorias. Se acabó el señalar a mi madre con una mano que me señala tres veces de vuelta.
Se termina el juicio, el punto negro y la queja hacia la persona que más amor siente por mí en el universo.
Mi actitud me alejó del lugar de donde vengo, de donde mi alma llegó a la tierra, y del amor incondicional que ahora siento en cada célula cuando pienso y veo a Mateo.
Se termina el rechazo que durante tanto tiempo me hizo ciego a ver que el camino de mi madre ha sido un testimonio de vida y una maestría de lo que tanto he buscado durante años.
El espejo maestro me mostró que, lo que tanto me molestaba de ella, es lo que mi alma siempre ha anhelado: poder mostrarme como soy y ser yo mismo.
Gracias, Gabriela. Finalmente entiendo que yo te escogí a ti.
Gracias por darme la valentía para inspirar con el ejemplo y entregarme al Camino de la Mente al Corazón.
Te amo, mamá.
Y como canta Diego Palma: “No olviden nunca a sus padres, ellos les dieron la vida”.
Deseo que este testimonio te inspire a hacer lo que ya sabes que tienes que hacer.
🪶
El escrito de la semana pasada, “Caminando al Corazón”, ya tiene el audio de 6 min.
Something to think about…
“The universe is under no obligation to make sense to you."
- Neil deGrasse Tyson
Wow! Te admiro, los admiro! Que bello!!
La vida me dio la fortuna de presenciar este momento de tranquilidad en su proceso y su resultado, y ha sido una de las experiencias más reveladoras que he tenido. Si no sanas tu relación con tus padres -presentes o ausentes-, si no te inclinas ante tu linaje y agradeces su aporte, si no te avienes a verlos como hermanos, maestros y compañeros de elenco, en lugar de juzgarlos por no ser tan perfectos como supones que deben ser, todas las demás relaciones de tu vida estarán cojas. ¡Gracias, Halcón, por escuchar el llamado de tu alma y rendir tu orgullo ante el amor que nos sobrepasa y nos constituye! Nos inspiras, hermano.