Al inicio de un camino que muchas veces me prometí no explorar, conocí a Paola Ambrosi.
Ha dedicado su vida a abrir el camino a la soberanía del ser, a través de la enseñanza de sabiduría indígena y la práctica de chamanismo universal y misticismo como camino espiritual en Europa y Latinoamérica.
Stanislav Grof y Swami Sadhanananda Giri Ji han sido las influencias más importantes en su trayectoria.
Su entrenamiento abarca una visión psicológica y científica de la realidad y la naturaleza del ser humano, a través del kriya yoga, budismo tibetano, cábala, medicina china, respiración holotrópica y psicología transpersonal.
He trabajado con ella en distintos momentos en los últimos años. Su sabiduría y su perspectiva fueron radicales, confrontativas y directas, y al mismo tiempo, provocaron en mí una aceptación radical de la persona que hoy soy.
Me dio dirección firme y guía clara para desarrollar el arte de crecer en el miedo, recordándome quién soy y actuando en consecuencia.
“La locura no es perder la cabeza. La locura es perder la confianza en ti mismo y olvidarte de quién eres.”
- Paola Ambrosi
Te dejo con este profundo texto que viene desde la parte más profunda de su alma.
Aquí estoy, aquí estamos (Táim anseo, táimid anseo).
“¡No quiero vivir!”, gritó en un llanto lleno de sollozos que no podía contener.
Los protocolos terapéuticos de psicología clínica no te permiten hacer contacto físico con el paciente, por su seguridad y para evitar abusos de poder.
Aun así, extendí mis brazos y le dije: “Aquí estoy, Sara, ¿quieres que te sostenga?”.
Se echó en mis brazos y lloró más de 30 minutos sin parar. Sin fuerza, soltó mis brazos y regresó a tomar la plastilina que teníamos en el piso del cuarto de terapia.
Tomó un trozo azul y formó una esfera. Tomó un trozo rojo y formó un cono muy puntiagudo. Tomó un trozo amarillo y formó un disco muy plano.
Me miró, buscando que siguiera sus movimientos. Luego, las tres piezas en sus manos: primero la esfera azul, sobre ella el cono rojo, y, al final, el disco amarillo. Apretó con fuerza para que se pegaran y me miró con el ceño fruncido.
Escurrían lágrimas de sus ojos, pero ya no había sonido en su llanto. Su dolor se había secado; se había hecho frío y duro.
“¿Quieres compartirme algo, Sara?”, le pregunté.
“Sí, esta soy yo. Adentro de mí solo hay tristeza, una bola fría y gigante de llanto que no va a parar nunca, una bola que siento que me traga, sobre todo en las noches cuando todo está oscuro.
Arriba está mi enojo. Estoy furiosa con mi hermano por haberse suicidado y haberlo hecho en su cuarto, en nuestra casa. ¿Cómo no se le ocurrió que yo sería la primera en encontrarlo colgado de la puerta?
No quiero perdonarlo, no quiero comer y no quiero vivir, pero no voy a hacer lo que él hizo.
Y esta mancha amarilla, arriba de todo, es la alegría que debo mostrar a mi familia para que no se preocupen. Es la sonrisa que tengo que poner para que mi mamá deje de llorar y mi papá se tranquilice.
Todos están preocupados por mí y necesitan saber que estoy bien. ¡Pero no estoy bien! ¡Mi hermano se suicidó hace dos semanas en su cuarto y yo lo encontré colgando de la puerta, muerto!”.
Sara tenía 7 años; su hermano, 13 cuando se quitó la vida.
No es la primera vez que escucho a un niño que no quiere vivir o a familiares en duelo por el suicidio de un ser querido. He escuchado a adultos, adolescentes y niños desesperados, atrapados en realidades sin sentido, en situaciones de abandono, abuso y desolación.
Después de casi 30 años prestando atención a las historias de la humanidad en diferentes países, ya no puedo hacer oídos sordos ni quedarme de brazos cruzados sin hacer nada.
A lo largo de mi vida me he adaptado a las circunstancias, creando vehículos de paz para que las personas puedan restaurar su congruencia y soberanía interna.
En 2008, durante la crisis económica global provocada por los fraudes del IMF y la Banca Institucional, vivía en Irlanda. El caos social era devastador: personas echadas a la calle al perder sus viviendas, desempleo masivo, falta de flujo de dinero y un país en crisis.
Nos unimos entre comunidades para ayudarnos: ofrecíamos asilo a familias sin hogar y compartíamos los pocos recursos de comida y efectivo que teníamos. Durante meses vivimos de trueque. No existía religión, color de piel o credo que nos dividiera. Nos unimos ante una necesidad colectiva, entregando lo que teníamos por el bien común.
El movimiento creció. Junto con quienes conocían la ley, estudiamos los fundamentos legales que protegían a los ciudadanos de los fraudes de las Instituciones Financieras. Luchamos en la corte para defender a las personas de la reposesión de sus viviendas y ganamos tres casos.
Después del tercer caso, nos invitaron a la casa de un juez de la Suprema Corte, quien amablemente nos recordó nuestra posición en la sociedad y nos sugirió dejar “la causa” por nuestro propio bien.
En la soberbia del momento, sentimos que era un logro haber llamado su atención. Pero después de eso, no ganamos ningún caso más, y en el siguiente juicio, arrestaron a quienes defendían el caso y a todos los demás nos llevaron a los separos.
Nos quitaron teléfonos y nos invitaron, ya no amablemente, a dejar “la causa”, y nuestros compañeros pasaron meses en la cárcel. Descubrí los límites del sistema que supuestamente está diseñado para protegernos.
Esos fueron tiempos de profunda reflexión. ¿Cuál es la forma más efectiva de procurar nuestros derechos, de procurar justicia? ¿Es la violencia la única opción?
El movimiento entró en pánico colectivo; divisiones internas de miedo, frustración y furia nos dividían. Y la violencia llegó a acompañarnos a la mesa y para muchos se convirtió en una opción real.
Yo, por principio, no creo que la violencia y la agresión son la solución a ningún conflicto, sin importar su magnitud.
A pesar de eso, conversaciones sobre colocar una bomba en el banco más importante de Irlanda se plantearon. Grupos nacionalistas ofrecieron apoyo, y para muchos, esta opción parecía la única forma de expresar la ira y frustración ante las injusticias.
Escucharlos, entender el camino de cómo se fueron formando esas cadenas de pensamientos y emociones, haber caminado cada paso juntos a través de cada injusticia, de verdad me hacía entender su postura.
Para mí este tiempo representó una gran turbulencia interna, ya que en mi ADN la no-violencia es mi credo, mi fe y mi configuración celular. Sin embargo, podía seguir la lógica de su pensamiento, lo había vivido con ellos, igual que ellos. Pero no pude encontrar, a pesar de todo, justificación para quitarle la vida a otro ser humano por mi dolor o por esta o ninguna otra causa.
El movimiento se dividió y comencé una iniciativa pacífica para continuar alzando la voz desde la paz. Creamos un mantra para anclar nuestra motivación: “Táim anseo, táimid anseo”, en gaélico significa “Aquí estoy, aquí estamos”.
Y así continuamos: meditaciones en silencio, peregrinajes por sitios sagrados de la isla, reuniones y manifestaciones pacíficas. Solo nos hacíamos presentes.
La policía continuó sus advertencias, pero no nos detuvimos. El movimiento se fraccionó, y el atentado nunca ocurrió.
Yo lo consideré un éxito. Muchos lo vieron como un gran fracaso.
Con certeza creo que el ser humano está diseñado para amar y para ser un vehículo de paz. Creo con la misma certeza que nos hacemos terroristas en casa: en el hogar en donde se suicida mi hermano, donde mi padre es alcohólico, en donde abusan sexualmente de mí, en donde me golpean, en donde mi madre me abandona.
Aprendemos la violencia de nuestros padres, aprendemos a odiar en las conversaciones de la casa.
Hoy estamos inmersos en una crisis de salud mental que tiene su precedente en el estilo de vida que hemos cultivado con devoción y cuidado: separación, egoísmo, discriminación, juicio, avaricia.
Corremos de una adicción a otra buscando evadir el dolor, para huir de la depresión y sofocar una ansiedad que no nos deja dormir ni despertar en paz.
Nos llenamos de pastillas que llamamos medicinas para no sentir, y así vamos caminando muertos en vida.
¿Y cómo llegamos aquí? Con mucho esfuerzo. El egoísmo, la verdadera pandemia que nos está exterminando.
La separación es la forma más efectiva de aniquilarnos como raza. La supuesta pandemia que creímos vivir nos hizo enemigos, trazó divisiones, llenó de miedo, y ahora vemos como un enemigo a quien piensa diferente.
El individualismo es una cultura que cultiva el egoísmo e impide el restablecimiento de una vida en común unidad.
Creo que una nueva era es inminente, un nuevo paradigma que construimos al hacernos presentes. “Táim anseo, táimid anseo”.
El cambio se construye uno a uno, desde abajo, haciéndolo diferente.
La historia se escribe paso a paso, palabra por palabra.
Quiero compartir contigo las preguntas que motivan mi vida, que impulsan mis pasiones y mis proyectos; las preguntas con las que inicio cada día:
¿Paola, ante la realidad de hoy, tú qué estás haciendo?
¿Hoy vas a ser un vehículo de separación o de unidad?
¿Hoy vas a transmitir ansiedad o serenidad?
¿Hoy vas a amar o vas a odiar?
Hoy elijo amar, ¿y tú?
- Paola Ambrosi
Qualia | Paola Ambrosi
En una dieta en la Amazonía peruana, Paola recibió el mensaje de crear un evento que diera un nuevo significado a la salud, al desarrollo del ser y a la experiencia de vida.
Seis años después, el proyecto se transformó en realidad, y ahora lidera Qualia: un encuentro dedicado a la evolución de la conciencia humana.
Si conectas con la información que comparto en Momentos de Tranquilidad, si quieres profundizar en tu desarrollo personal, si quieres ampliar tu percepción, si quieres cuidar tu salud mental y si tu compromiso más grande es la expansión de tu conciencia, te recomiendo escuchar nuevas perspectivas en Qualia.
Una nueva perspectiva tiene el poder de cambiar la dirección de tu vida.
La depresión es la pandemia silenciosa y la salud mental es la gran crisis de la humanidad.
El humano moderno está totalmente desconectado de su significado y su propósito y, al mismo tiempo, lo busca en todos lados como un quick fix, olvidando buscar en donde realmente importa: adentro de sí mismo.
Habrá speakers como Nathaly Marcus, Sara Gottfried, Jamie Wheal, Brad Jacobs, Joyce Braverman, Anil Seth, Juan Carlos Torres (Búho), Luis Eduardo Luna, Raúl Romero, Pepe Ramos, José Casas, entre otros.
También habrá testimonios de personas que han vivido procesos de conciencia como Michel Rojkind y Javier Morodo. Y un concierto para cerrar con Eduardo Castillo y Moncaya.
El evento es el viernes 29 y sábado 30 de noviembre en el Auditorio BlackBerry.
Compra tus boletos aquí y aprovecha la promoción del buen fin. El boleto incluye entrada los dos días y el concierto.
Prefente $4,000
Platea $3,500
Gradas $3,200
NO tengo ninguna afiliación a Qualia ni me pagan por recomendarlo. Lo comparto porque quiero y porque honro los encuentros que favorecen la evolución del ser humano.
Conoce más de Paola Ambrosi en:
Mind Matters (su propio podcast)
Que poderoso texto… Mucha sabiduría en pocas líneas.