Abrir las alas y tomar tu lugar
En el último Momento de Tranquilidad del 2024 nos vamos honesto y profundo. Te cuento sobre un acto coraje y valentía que marcó mi camino de la mente al corazón. Es la historia de atreverme a poner mi corazón frente a mí y tomar mi lugar.
El 17 de julio cumplí 33 años experimentando el Gran Misterio que es la vida. Algunas personas me dijeron: “cumples la edad de Cristo”, como si los 33 representaran un punto de quiebre en mi historia personal, un antes y un después, un hito en el libro de mi vida.
Pero para mí, eso pasó meses antes, cuando vi la vida suceder, marcando el comienzo mi gran iniciación al convertirme en padre. Pasar de hijo a hombre y de hombre a padre es una transformación que, cuando se comprende y asume, desprograma y rompe toda creencia no cuestionada.
Nacemos siendo un alma pura, completa y libre de sí misma. Poco a poco, en el hacer, acumular, construir, gastar y encajar, la vida pierde el encanto que tenía con el filtro de la mirada de la infancia y carece sentido porque “de nada sirve que tengas riquezas, si tu alma está llena de tristezas”.
De niños queremos jugar los juegos de los grandes y, de grandes, deseamos volver a ser niños cuando llegan las heridas que no cicatrizan, las dudas sin respuesta aparente y crece la colección de máscaras que disfrazan nuestro vacío interno.
Las historias que escuchamos de niños nos programaron para señalar y culpar, haciéndonos creer que el verdadero enemigo es el externo: el gobierno que roba, el jefe injusto, los papás que no nos entienden, etc.
El camino fácil y de menos esfuerzo es el de la víctima. Nos creemos tan importantes que D-os y el universo dedican parte de su tiempo a orquestar cómo nos pueden chingar un día tras otro. Tras otro. Tras otro.
La mentalidad de víctima convive en un íntimo matrimonio con el miedo y nos genera un “alivio” mental, que nos hace pensar que el problema no es “mío”, sino del otro.
Eso, sumado a la falta de valentía y coraje para hacernos responsables de nosotros mismos, nos distrae y nos perdemos en las falsas ilusiones de la mente que nos roban la mirada del verdadero villano: el enemigo íntimo, ese que habita en lo más profundo de nosotros mismos.
Y también, llega un día, un momento, una decisión en la que, con un solo acto de coraje, podemos cambiar para iluminar y abrir el corazón. Porque la única forma de vencer al enemigo íntimo es integrando la mente y el corazón.
Solo así seremos el “comandante del navío” que transformará su historia de víctima en una heroica aventura de renacimiento navegando por el mar de la evolución.
Navegando, nos encontraremos con las huellas que nos dejaron nuestras decisiones, nuestros excesos, nuestros miedos, nuestros impulsos y nuestros amores. Heridas necesarias para encontrar la ruta de regreso a la suprema sensación humana: la libertad de ser tú mismo.
A partir de ahí, no hay vuelta atrás.
La vida se transforma en una peregrinación con caminantes de tierras cercanas y lejanas, contando historias heroicas, míticas y mitológicas, cantando y elevando distintos rezos, compartiendo experiencias que nos muestren el camino a lo más sagrado de la existencia: la liberación del alma.
Liberarte y comprender que el único responsable siempre fuiste y seguirás siendo tú. Solo uno mismo puede ir tan adentro y tan profundo de sí como sea necesario, para expandir el perímetro de su atención y percepción, la calidad de su presencia y el nivel de sus compromisos.
El inicio de nuestra vida fue determinado por un acto de coraje en la gran batalla dentro del vientre de nuestras madres. Fuimos los victoriosos que, para estar aquí escribiendo y leyendo, nos atrevimos a tomar nuestro lugar.
Si ya lo hicimos antes y el gran premio es experimentar la vida humana, ¿por qué afuera del vientre parece que entre millones solo hay unos cuántos elegidos a tomar su lugar y experimentar algo más grande que su propio ser? Porque los elegidos son los que tomaron su lugar y se atrevieron a elegirse a sí mismos.
Tomar tu lugar no es quitarle nada a nadie; no es posesión ni competencia. Nadie más que tú puede tomar tu lugar. Es asumirte y comprometerte con tu propio camino en el que se desdobla la fuerza de tu llamado interno al servicio de tu corazón, y de un propósito superior y más grande que tú mismo.
Algunos toman su lugar con naturalidad, casi parece que lo hacen con elegancia y sin dudar, sin miedo. Su caminar es en confianza plena y eso nos inspira a quienes los rodeamos.
Habemos otros que nos escondemos tras las ilusorias y falsas rejas del miedo, que nos encierra en la comodidad de lo conocido y lo familiar, y que solo puede contarnos historias viejas y predecibles. Historias sin cambio y movimiento, que caducan y que cada día se mueren un poco más.
Las grandes historias, las que pasan de generación en generación, las que nos cuentan los más sabios, se tratan de los sueños de los hombres que se atreven a abrir las alas y levantar su vuelo al aire de su libertad.
Pero, cuando llega la hora de las cuentas, el momento de la verdad, el miedo de saltar al abismo y aventurarnos a lo desconocido para olvidarnos de la comodidad y abandonar la seguridad de lo ya conocido… Entonces nos echamos atrás y nos hacemos la falsa promesa de cumplir en la siguiente oportunidad.
Y yo fui uno de ellos. He soñado con volar a lo desconocido, de sentir mí corazón latir lleno de vida, de lograr mantenerme permanentemente ahí y saborear mi libertad, pero me olvidé que la confianza de las aves no está en la rama, sino en sus alas. ¿Qué tan humano puedes ser, qué tan vivo puedes estar, si tienes miedo a la libertad?
La libertad es confianza y la confianza es ausencia de miedo. Al aceptar el desafío de volar sin miedo a tierras aparentemente lejanas y desconocidas, nos sentiremos más vivos que nunca. Y digo aparentemente con toda la intención, porque en esos vuelos a lo desconocido, tocamos el aire de la inspiración y nos encontramos con el recuerdo de nuestro verdadero Ser.
Y fue en esa segunda noche caminando al corazón que me sentí diferente. Gracias a lo que viví con mi madre, al pacto con mi consejo y mis hermanos de camino, emprendí una peregrinación a mi corazón para encontrarme con el coraje que me faltaba para dejar de esconderme de mí mismo y liberarme.
Pero nunca me imaginé la oscuridad a la que tendría que entrar para tocar mi libertad.
Éramos 14 hombres, una larga oscuridad y una noche más. Al centro, el fuego que nos reunió para contarnos historias de amor y de perdón, de vergüenza y sanación generacional, de juicios contaminados y virtudes encontradas, de miedo a saltar al abismo y de valentía para arriesgar lo conocido por el misterio de lo desconocido.
Me prometí sentir la fuerza del corazón en cada célula del cuerpo. Me comprometí a descubrir el místico poder de ser yo mismo. A elevar un rezo para agradecer a cada persona que me guió y acompañó hasta ese momento. A aceptar mi miedo, confrontarlo y confiar en el río subterráneo que me rogaba entregarme a mi llamado para no destruirme desde adentro.
Y también, comprometerme a que mi camino de vida sea un testimonio honorable y de agradecimiento a la Ayahuasca, la medicina de la selva, que me dio la reconciliación conmigo mismo y la libertad de ser quien soy. Me conectó profundamente al corazón de mi hijo, de mi amada, de mi padre, de mi madre, de mis hermanos de sangre y de mis hermanos de camino que, ahora tengo tantos, que ya no los puedo contar.
En la poderosa dimensión del silencio sentí a cada uno de mis hermanos de camino, los presentes en cuerpo, alma y espíritu, y también los presentes en espíritu.
Sentí su valentía, su fuerza, su coraje. Sentí la energía y el poder de la camaradería sosteniendo el espacio para recibir lo que necesitaría de cada uno de ellos para cantarle a mi libertad y salir a destruir todo lo que ya fue y debe quedar en la dimensión del olvido.
De pronto, me acordé de mi hermano, Humberto Herrera, quien me dio uno de los mensajes más poderosos que he recibido y lo acompañó con una frase que sembró la semilla que reunió a esos 14 y reunirá a muchos más.
Sentí su mirada penetrante y lo escuché decir:
“Your calling is like an underground river, if you don’t let if flow it will fuck you up.”
El eco de su voz vibró por todo el espacio: “… it will fuck you up, it will fuck you up, it will fuck you up…”.
La energía del llamado interno empezó a fluir como un río embravecido, con un torrente incontrolable, destruyendo todo en mi interior a su paso. Buscando desesperadamente una afluente que lo conectara con la inmensidad del mar para encontrarse con mi alma.
Sentí el llamado exigiendo escapar de la seguridad, de lo conocido y lo familiar, hacia lo desconocido, lo vivo y lo profundo del ser.
Un último intento después de probar tantos caminos, un último intento para confiar en las alas y no en la rama, un último intento para liberarme y compartirme. Un último intento para ser yo mismo.
La incomodidad y el dolor físico aumentaron con cada palabra y melodía de cada canción. La desesperación y la frustración me dejaron sin fuerza. La música me dolía en el cuerpo y en el corazón.
La duda trajo a mi juez interno que, con sus adjetivos destructivos, me recordó las oportunidades perdidas, las acciones de mi sombra y la falta de confianza en mi poder. La oscuridad y el miedo exigiéndome que renuncie, que no me atreva a sentir, que no me atreva a amar ni a comprometerme.
Y en el momento más oscuro, de mayor desesperación e incomodidad que he pasado, me levantó la fuerza de mis 13 hermanos. Todos diciéndome “Halcón, aquí estamos contigo caminando al corazón”, y recordé lo que les dije la noche anterior: “el camino es de la mente al corazón porque el corazón es la puerta al universo interior y solo ahí encontrarán su libertad”.
En ese momento sentía el río del llamado interno a punto de fluir y desbordarse desde adentro. Sabía que lo que estaba pasando había iniciado tiempo atrás, solo estaba recordando. Sentí en cada parte de mi cuerpo el miedo a ser destruido y, también, el amor y la expansión del rena-Ser.
Sabía lo que tenía que hacer. El elenco que escogí cuidadosamente para esta -siempre memorable- noche estaba listo, esperando el momento para sostenerme y acompañarme en el canto de mi libertad.
Y gracias a la poderosa fuerza del amor, ya no me asusté, senté a mi corazón, lo puse frente a mí y le dije: “yo soy, aquí estoy”. Senté a mi vocación, a mi llamado, lo puse frente a mí y le dije: “estoy listo, vámonos”.
Escuché a Búho decirme “Halcón, el mundo está puesto, hermano”. Y llegado el momento, hubo una prueba más para dudar, renunciar y volver a esconderme o descubrir y agradecer lo que se siente romper el cascarón y ser tú mismo.
En ese momento aprendí que el acto más valiente es tomar la decisión.
Y en congruencia con esa decisión, sostenida en un acto de coraje, decidí confiar.
Confiar en mí mismo. Confiar en mi llamado. Confiar en mi intención. Confiar en las alas y el vuelo del Halcón. Confiar en el poder del corazón y la fuerza del amor. Honrar y agradecer a Mateo y a Karla. Honrar y agradecer a mi padre y madre. Honrar y agradecer a mis maestros. Honrar y agradecer a mis hermanos. Honrar mi palabra. Honrar y agradecerme a mí. Inspirar a Mateo con la fuerza del corazón. Inspirar a mis hermanos con el ejemplo. Y también, inspirarme a mí mismo al recordar cuando, con coraje, me atreví a tomar mi lugar para honrar y agradecer un camino de servicio al corazón.
Tomar mi lugar y sentir que la libertad está en lo nuevo y desconocido. En todo aquello que no recordamos de nosotros mismos. La libertad está en vivir en el camino del corazón.
Ahora sí, entendí por qué el camino más difícil para el hombre es el camino de la mente al corazón.
Y en la edad de Cristo, en una noche oscura en Malinalco, frente a mi padre y mis hermanos, abrí y levanté mis alas, y me alcé a volar en dirección a mi libertad.
Gracias eternas a mi hermano, Pepe Ramos, el gran maestro de ceremonias, por cantarnos lo que intenté compartirles arriba:
“Gracias al fuego que nos reúne, en esta noche, como a todos nuestros ancestros para contarnos la historia de un hombre que se atreve a liberarse, que se atreve a sentir, que se atreve a amar, que se atreve a comprometerse amorosamente con un camino, con un propósito, con una vocación. Gracias fuego que nos recuerdas cómo podemos iluminar un espacio con una pequeña chispa, que nos recuerdas que la oscuridad no se combate, sino que se ilumina… Y solo queda agradecer a tu corazón y la inspiración de este momento”.
La vida empieza en el momento que decides levantar tus alas y alzarte a volar. Ser valiente no es ausencia de miedo, es vivir con un corazón que nos marca el camino. Toma esto como una señal.
En 2025, abre las alas y empieza a volar.
¡Feliz año y te agradezco profundamente por tus minutos de tranquilidad!
🪶🧙🏼♂️
Something to think about…
“La sabiduría no está en la palabra que racionalmente se dicta, sino en la interpretación consciente de aquello que se vive.”
Canción para volar
Recordando con Vola de Nicola Mina.
Levanta tus alas y vuela conmigo,
El vuelo más libre que hayas sentido,
El vuelo que levanta el velo de la ilusión,
El vuelo que despierta y abre tu corazón…
¡Tanto que decir! ¡Tanto que sentí al leerte, hermano! Podría decir, básicamente, que orgullo y alegría por ver el resultado de un proceso del que he sido afortunado acompañante y testigo. El proceso de tu viaje desde ti hacia ti. Este momento es un MOMENTO. Es una consagración, una declaración de libertad, una manifestación de SER tu SER. Tu hermano Búho se queda, asombrosamente, sin palabras, y solo dice, con el corazón expandido: ¡AHÓ! ¡Por tu vuelo y tu vida, hermano Halcón de la mirada precisa, la voluntad férrea y la memoria prodigiosa! Saludo tu vuelo mágico, heroico, mítico y mitológico a las estrellas de tu cielo interior.
Miguel...
Agregaria que tal ves sin querer te has vuelto inspiración y maestro de muchos de nosotros al encontrar palabras para comunicar lo que no sabemos como, al encontrar historias que nos cuentan como se ve la valentía y el coraje de enfrentarse a sí mismo y sobre todo agradezco las semillas que tal vez por una casualidad o debiera decir el destino he encontrado en cada una de tus palabras.
Gracias por inspirarme a seguir encontrándome.
Gracias,Gracias...Mike.
Abrazo.
Hector